La mayoría de las personas valora hoy el aprendizaje de una segunda lengua como algo positivo para la vida. Por las posibilidades profesionales, laborales o académicas que el conocimiento de otros idiomas otorga, por la facilidad de comunicación mundial, por el acceso a material diverso. También, en muchos casos, por el prestigio social que otorga tal o cual lengua. Pero hoy la ciencia comprueba que los beneficios van aún mucho más allá.
Según algunos investigadores, dominar dos o más lenguas nos haría más ágiles para resolver ambigüedades o conflictos y priorizar tareas. Otros investigadores sostienen que los bilingües tienen siempre los dos idiomas disponibles y deben constantemente decidir cuál es la lengua adecuada a cada contexto. Relacionan esto con una mayor capacidad para seleccionar la información relevante y descartar la que no lo es. Esta tarea depende de un sistema de control ejecutivo que se encarga de dirigir los procesos de atención que usamos para planear y resolver problemas.
Al estudiar el bilingüismo y su relación con la moral y la toma de decisiones, se descubrió un fenómeno llamado “efecto del lenguaje foráneo” que refiere a que los bilingües tienden a tomar decisiones más racionales cuando actúan a partir de información recibida en una lengua extranjera o dan respuestas más utilitarias ante dilemas morales que implican una participación personal. Esto se debe a que la segunda lengua, siempre que no se haya estado inmerso en esa cultura, no activaría los centros emocionales de la manera en que lo hace una lengua primera.
El bilingüismo también impacta en la salud. Se estima la reserva cognitiva que genera el dominio de varias lenguas sería un factor de protección ante el deterioro cognitivo.
Diversas experiencias registran que los bilingües sienten que su personalidad cambia según el idioma que utilizan. Sería clave vincular estos datos con estudios sobre las lenguas para ver su relación con las ideas circulantes en la sociedad.
Las neurociencias demuestran los beneficios del cerebro bilingüe.Es necesario comprender esto para ayudar a revertir las ideologías sobre las lenguas y las culturas discriminatorias, injustas e inapropiadas. El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, ganador del premio Cervantes, reflexionó sobre esto en ensayos y entrevistas. Contaba en una de éstas, de 1978, que “uno de los prejuicios equivocados de mi padre fue prohibirme que aprendiera el guaraní.”
Las personas atribuyen a las lenguas valoraciones socialmente compartidas, producto de procesos histórico-políticos, y correlacionan estas representaciones con sus hablantes. Si una lengua ha sido históricamente estigmatizada, a veces ese saber no es asumido con valor favorable y es posible que, como consecuencia, los padres, la escuela y la “sociedad culta” no lo transmitan. No es así. La ciencia comprueba que la práctica de distintas lenguas es un valor positivo en sí. Y la literatura, que el valor de una lengua está dada, como diría el propio Roa Bastos, “por la verdad de las representaciones que irradia al ser concebida y construida sobre el foco de la energía social y bajo la ley del tiempo.”